Él era abogado, tenía mujer, hijos y mucho dinero. Hace más de veinte años, su mujer le abandonó. Además, dicen los vecinos del centro de Zaragoza que en esos años estaba muy involucrado en un caso jurídico, que finalmente perdió y se deprimió mucho. La única solución que encontró fue dejar su casa, sus hijos y su dinero. Ya no levantó cabeza. Él decidió vivir en la calle, en la más absoluta pobreza y sin ser esclavo de sus vicios. Con su simpatía y los pocos problemas que ha causado a la zona en la que se trasladó a vivir y que sorprendentemente nunca ha dejado, ha sabido hacerse con el cariño de sus vecinos.

Antonio es un mendigo de sesenta y tres años, aunque aparenta mucha más edad. Peina canas, tiene el pelo despeinado y sucio, la cara llena de manchas y la barba desaliñada. Se ríe solo y de la gente que pasa por delante de él. Siempre lleva camisa, pantalón y chaqueta de colores oscuros y tejidos viejos. Anda muy despacio y cruzar un semáforo le cuesta varios minutos, de hecho si se pone en rojo para el peatón él sigue caminando impidiendo a los coches la circulación. Nadie le pita ni le llama la atención. Los vecinos de esta zona están acostumbrados a él. Es una persona solitaria, nunca habla con nadie y si se intenta mantener una conversación con él lo único que va a decir es: “Fea”o “feo” o “¿qué hora es?”.